Escrito por mi difunto esposo en abril de 1997, este artículo (como tantos otros suyos) se puede calificar de premonitorio.
EUROPA Y LA SOCIEDAD MULTICULTURAL
"Multicultural" o, dicho en cheli alemán "multikulti", es un término que en los últimos tiempos se ha puesto de moda en Alemania. La radio de Berlín SFB transmite desde hace un par de años un programa de 24 horas titulado "Radio Multikulti" y elaborado por un equipo de redactores de los más diferentes países, desde el Africa subsahariana hasta Brasil. El programa, presentado en alemán con los más diversos acentos foráneos pretende acostumbrar a la sociedad alemana a la realidad de la presencia en el país de más de siete millones de extranjeros, la inmensa mayoría procedentes de países ajenos a la Unión Europea. La poderosa emisora alemana WDR (Radio Colonia) quiere también subirse al carro multicultural y aunque para ello sea preciso eliminar los programas en lengua materna que las emisoras públicas alemanas (ARD) transmiten desde hace 33 años diariamente para los ciudadanos de la Unión Europea residentes en Alemania: italianos, griegos y españoles. Para los responsables de la WDR y de otras emisoras de la ARD son más importantes al parecer los musulmanes que los cristianos, los no europeos que los europeos. Es el celo alemán para evitar la acusación de racista.
"Multikulti" es la invención más reciente de intelectuales de izquierda alemanes y de los llamados políticos progresistas que creen que un problema se soluciona sólo con darle un nombre con gancho. El problema es que en nuestros días millones de personas del tercer mundo ven a Europa Occidental y muy especialmente a Alemania como tierrra de promisión. En su mayoría como refugiados o peticionarios de asilo acuden a nosotros cada vez más personas de los más diversos países no europeos, con lo cual poco a poco se agota el límite de nuestra capacidad de absorción social, económica y, no en último lugar, cultural.
"Multikulti": la palabra sugiere algo abigarrado, alegre, gracioso como tutti frutti. Multikulti parece haberse convertido para políticos de la escena rojiverde y los intelectuales que les suministran las ideas y las exponen en los medios de comunicación, en la fórmula mágica para dominar este fenómeno de masas que irrumpe sobre Europa Occidental.
Soy muy pocos, poquísimos ya, los alemanes que sienten miedo de los antiguos "Gastarbeiter" (trabajadores invitados, un eufemismo para "emigrantes") que llegaron del sur de Europa. Al contrario. Transcurridos más de 35 años, los italianos, los griegos, los españoles y los portugueses, y sus hijos nacidos y educados en este país, se han convertido, en la mayoría de los casos, en estimados conciudadanos. Después de tres décadas de convivencia es ahora más lo que une que lo que separa. Muchos de los antiguos "Gastarbeiter" son ahora ciudadanos de la Unión Europea que están integrados en igualdad de derechos desde el punto de vista jurídico, político y laboral, en virtud de convenios que obligan a todos los miembros de la Unión. Cierto: a nivel cultural o lingüístico aún queda camino que recorrer para hacer realidad la idea de una Europa común. Todavía es preciso derribar prejuicios aún existentes, aceptar las peculiaridades de los conciudadanos y acentuar lo común que nos une. En la Unión Europea son fuertes los impulsos en esta dirección: programas de intercambio cultural para los jóvenes, fomento del aprendizaje de la segunda y tercera lengua entre alumnos y estudiantes, iniciativas de la Unión para el acercamiento entre las ciudades y las regiones europeas y para intensificar el turismo cultural intereuropeo. Paralelamente, incremento del intercambio de programas radiofónicos y de televisión. Todo ello pertenece a las medidas prioritarias de la Unión para crear una conciencia común europea. Pero el trabajo principal para construir nuestra "casa común europea" hemos de ha-cerlo nosotros mismos. En primera línea hemos de ser conscientes de nuestras raíces históricas comunes y hemos de creer en la necesidad de un futuro común de Europa.
Sin embargo, apenas hemos comenzado a edificar nuestra "casa común europea", nuestro trabajo se nos complica cada vez más. Los grandes desniveles económicos y políticos entre los pueblos pobres y superpoblados del tercer mundo y las naciones industrializadas ponen en marcha en los umbrales del año 2.000 movimientos migratorios hacia la "prosperidad". Estas migraciones, que aún parecen un goteo, pero un goteo cada vez más intenso, podrán cambiar en los próximos cincuenta a cien años las estructuras políticas, sociales y económicas de los continentes más desarrollados del mundo, como Norteamérica y Europa. La respuesta que está dando Europa a este fenómeno es el desconcierto. Este desconcierto se pone de manifiesto en políticas contradictorias de inmigración. Los Estados europeos no consiguen ponerse de acuerdo sobre una política común de extranjería, que cree una situación jurídica clara respecto a los inmigrantes ilegales y a los pseudo-peticionarios de asilo, con lo cual se evitarían también muchas rigurosidades e incluso situaciones inhumanas.
Frente a esto se hallan los utopistas que parecen creer que Europa puede acoger a todos los pobres del mundo sin que se hunda bajo tal peso todo nuestro sistema socioeconómico. Califican de "eurochauvinista" a todo el que advierte con justificada preocupación de una inmigración masiva procedente del tercer mundo. Contra las advertencias de los sensatos los utopistas arrojan la cándida exigencia de que se supriman las leyes de inmigración además de las fronteras, como pudo escucharse al márgen de la última conferencia euromediterránea en Barcelona.
Por supuesto, Europa no debe convertirse en una fortaleza, pero tampoco puede ser "tierra de nadie". Entre los utopistas se hallan también los más comprometidos partidarios de lo multicultural, que, bien visto, equivale a una capitulación ante lo foráneo y a la confesión de la incapacidad de integrar a los extraños en la cultura y tradiciones europeas. Integración realmente dificil cuando se trata de personas pertenecientes al mundo islámico.
Como todos sabemos, Europa es el resultado de siglos de interrelación y superposición de diversas civilizaciones, que en el crisol del tiempo se han convertido en lo que hoy llamamos cultura europea, diferenciada en variantes nacionales y regionales. ¿Es esto multiculturalidad? No. Esto es pluralismo cultural o interculturalidad, que no es lo mismo, pues el pluralismo cultural suponía y supone un punto común de referencia. Ahora que han conseguido instalarse en Europa Occidental millones de personas de los más distintos orígenes, de diferentes lenguas y culturas, no existe otra alternativa que su integración en la sociedad de acogida. La integración lingüística y cultural en el país de acogida ha de ser tan natural como el cultivo de la lengua y cultura de origen. Dentro del pluralismo cultural debe figurar la biculturalídad de cada minoría étnica residente en un país europeo, con un intercambio constante, que emiquezca a ambas partes, entre la cultura de origen y la cultura del país de acogida.
Por el contrario, el "concepto multicultural" relativiza el punto común nacional de referencia. Por una parte se quiere dejar vivir en su contexto a cada cultura, por otro lado se mete a todas las culturas foráneas en el mismo tarro para presentárselas a la población nacional como un cóctel exótico. Los partidarios de lo ,,multiculti" pretenden eliminar prejuicios xenófobos. Quieren derribar barreras culturales. Pero en vez de ello están creando una nueva Torre de Babel. Además, en el caso de Alemania, por huir de la sospecha de "racismo" se incluye absurdamente bajo la misma etiqueta de extranjero, por ejemplo, a un ugandés, un turco, un libanés, un inglés, un español, un francés o un italiano, sin diferencias de realidades históricas, religiosas y culturales.
En Alemania, como en los demás países de Europa occidental, surge la justificada pregunta de si la sociedad de acogida, es decir, la mayoría social, ha de adaptarse unilateralmente a una promiscuidad lingüística, cultural y étnica en su seno. Cabe temer que el concepto multicultural, que quiere fomentar la tolerancia consiga más bien lo contrario: un aumento de las tendencias xenófobas en la sociedad o, como mínimo, el fastidio ante todo lo extranjero, al tiempo que agudice las rivalidades, tensiones y choques entre las minorías étnicas que viven en el país de acogida y el odio de éstas a los nacionales. Esto ya está ocurriendo en Alemania, según informaba recientemente el semanario "Der Spiegel" y puede verse en reportajes de la televisión pública alemana.
Manuel Moral († 24.04.2017)
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