El pasado 25 de noviembre falleció Fidel Castro, el gran revolucionario latinoamericano junto a su compañero de fastigas y gran amigo, el médico argentino Ernesto Guevara (“el Che”), que con sus guerrilleros expulsó de Cuba hace casi medio siglo al corrupto presidente Fulgencio Batista. Batista y sus amigos de la mafia norteamericana (Lucky Luciano, Meyer Lansky, entre otros menos conocidos) habían convertido la isla en un burdel barato y en una fuente de putrefacción fiscal, mientras la mayoría de los cubanos vivían en la mayor pobreza y en el analfabetismo.
Cuando llegaron Castro y sus guerreros, los norteamericanos se quedaron en EE UU, por si las moscas, y las grandes fortunas (Bacardí) huyeron a Miami, que convirtieren en una segunda Cuba, ésta de los pingües negocios y el odio hacia quien había liberado a Cuba de tanta podredumbre. Mientras los cubanos en el exilio principalmente afectados por el triunfo de la revolución cubana, urdían con apoyo de la CIA numerosos y fracasados intentos de asesinar a Castro e incluso de invadir la isla ("Bahía de los Cochinos"), el movimiento castrista fue tomando cada vez más cuerpo e inspiró a otros revolucionarios sudamericanos de la época, que tuvieron menos suerte debido a las actividades contrarrevolucionarias de la CIA y de funcionarios estadounidenses como el emigrante Henry Kissinger. Kissinger, judío alemán huido del terror nazi, profesor de Harvard, de tendencia ultraderechista y feroz enemigo de los comunistas, pero también de los izquierdistas que luchaban por la libertad y la justicia en sus países, fue ascendido por Nixon a Secretario de Estado norteamericano. Kissinger, considerado como el instigador del golpe de estado contra Salvador Allende, dejó en Chile su más criminal huella.
Pero volvamos a Castro, quien al comienzo de su ideal revolucionario, no era exactamente de ideología comunista. Era simplemente un luchador por la libertad y la democracia. Pero los EE UU, muy interesados por la posesión de la isla, que prácticamente había sido suya durante la tiranía de Batista, hostigaron a la Cuba libre para arruinarla. Si en vez de acosar a Cuba, Washington hubiese apoyado a Fidel en sus reformas en favor de los cubanos, Castro muy seguramente se habría mantenido en el círculo de los que luchaban pacíficamente contra los buitres capitalistas. Fueron los EE UU quienes convirtieron con su hostilidad, sus intrigas y crímenes a Castro en un temible dictador de extrema izquierda que, de haber conseguido exportar el modelo cubano, podría haber hecho saltar la chispa de la revolución a otros países latinoamericanos.
Es a Cuba y su revolución a los que ha rendido homenaje casi todo el mundo. Fidel era sólo un mito. El castrismo no era el comunismo, aunque Fidel tuvo que cobijarse bajo el manto de la ex Unión Soviética. Los EE UU, con su proverbial miopía política, han sido grandes maestros en crear comunistas, como hacía su aliado Franco. “El Vigía de Occidente.”
El régimen franquista siempre fue tibio en sus relaciones con Cuba y en seguir algunas de las consignas y medidas estadounidenses contra La Habana. Por parte paterna, Castro era gallego, al igual que Franco. Por ello no sorprenden las multitudinarias muestras de luto por el mundialmente admirado “héroe hispanoamericano” que han tenido lugar en muchos lugares de Galicia y, especialmente, en el pueblo de Láncara (Lugo), lugar de nacimiento del padre de Fidel.
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