El pasado 28 de abril, al tiempo que les agradecía las innumerables muestras de cariño recibidas al fallecer Manuel, mi esposo y mentor durante más de 50 años, les “amenazaba” con continuar este blog que él creó en 2009. Para ello utilizaría de manera intermitente alguno de sus antiguos comentarios radiados en su día por los micrófonos del Bayerischer Rundfunk (Radio Baviera), no pocos premonitorios, y echaría mano de sus numerosísimos aforismos o de esos maravillosos poemas que nunca vieron la luz (¡lástima que no pueda también publicar los que están escritos en alemán!), todos ellos guardados cuidadosamente en carpetas y archivadores que yo he me he dedicado a ordenar y limpiar de polvo y paja en estos últimos meses (todavía estoy en ello). Hoy, con el posible Referéndum de Cataluña ante portas, ha llegado el momento de ponerme manos a la obra e ir retomando poco a poco la redacción del blog.
Hurgando en uno de los archivadores me topé con un artículo radiado el 28.07.1989, es decir hace casi tres décadas y pocos meses antes de la caída del muro de Berlín, sobre los brotes de separatismo en la antigua Unión Soviética. En él Manuel hacía referencia a Euskadi y Cataluña y a los problemas que podrían surgir algún día si España no avanzaba hacia un Estado Federal en el que se tuviesen más en cuenta la diversidad cultural y lingüística de algunas Autonomías que todos conocemos, para evitar que cayeran en la trampa del nacionalismo exacerbado y, por ende, del separatismo. Creo estar en lo cierto cuando afirmo que si alguno de los políticos de entonces hubiesen tomado más en serio esas advertencias, hoy no estaríamos donde estamos con el problema de Cataluña. Sería ilusorio creer que, de ser Cataluña un Estado Federal, no existirían nacionalistas radicales en el Principado, pero sí que su número sería mucho menor y que el odio hacia todo lo español no se hubiese instalado de forma tan virulenta en la sociedad catalana.
Y después de este largo prólogo les dejo con el comentario de mi difunto marido titulado: NI CENTRALISMOS NI TRIBALISMOS, en el que decía así:
“Los enfrentamientos étnicos y tribales en la Unión Soviética en la estela de la perestroika, vuelven a poner una vez más de manifiesto la cuestión de la unidad en los países multirraciales, multiculturales y multilingüísticos. Podría decirse que la perestroika tiene la culpa de la erupción de la violencia separatista entre las minorías étnicas. Pero ello sería desconocer la raíz misma de un problema, que también existe secularmente en España. La erupción de un volcán no es sino la manifestación de un hecho: que existen debajo de la corteza terrestre ingentes cantidades de minerales incandescentes, de magma, que pugna por salir al exterior y que se abre paso impetuosamente en cuanto cede el caparazón de la tierra por alguno de sus puntos más débiles. Asimismo, la erupción de las violencias étnicas es solamente el indicador de que, por debajo de la homogeneidad nacional, mantenida artificialmente por un rígido sistema, subyacen enormes fuerzas que empujan para aflorar a la superficie tan pronto como el sistema muestra alguna grieta.
Y es que, estimados oyentes, la "unidad nacional" es una ficción, si esa unidad no se ha conseguido mediante un consenso histórico con el diálogo y la cooperación entre las distintas etnias y culturas que integran ese todo más amplio que denominamos "Nación“. Esa ficción es todavía más grave, más nefasta en sus consecuencias cuando al concepto relativo de Nación se le hace coincidir con ese otro concepto de Estado, que, en realidad, no es idéntico con la nación. Alemania ha sido un ejemplo de un "Estado" sin nación homogénea. Súbditos de ese Estado fueron en otros tiempos ciudadanos de lenguas y nacionalidades diversas, como en Prusia Oriental. En Alemania, el "regionalismo" ha tenido siempre raíces más profundas y perdurables que lo "nacional".
Existe una tendencia casi irracional a la Unidad, entendida ésta como la fusión forzosa de lo diferente en un todo uniforme, supeditado a una única voluntad central. Este ha sido también el problema de España desde los Reyes Católicos. En España, el elemento amalgamador fue la Religión, un catolicismo de un integrismo muy islámico, que suplantó a cualquier otro proyecto económico y político hasta tiempos muy recientes. "Cristiano viejo" era una designación más racista o "casticista“ , por emplear la terminología de Américo Castro, que religiosa. Ese mismo factor se haría sentir en otras vertientes durante la guerra civil española, manteniéndose la misma mentalidad de "castellanos" o "cristianos viejos” entre los nacionales, para quienes los “rojos” pasaron a ocupar el lugar de los "judíos" o de los “no españoles”. En nuestro país siempre existió la obsesión por absorber al otro, al distinto, por la fuerza y si el otro se resistía a ser absorbido, a expulsarle (como a los judíos o los moriscos en la Edad Media) o a combatirlo y exterminarlo, como se puso de manifiesto en las guerras carlistas, en la durísima represión contra las "regiones" diferenciadas, Euskadi y Cataluña, en primera línea, o en nuestra última contienda civil del 36. En aquella guerra se actualizaron en los dos bandos todas las lacras endémicas que arrastraba España desde la Edad Media, sumándose a ello los conflictos sociales de la crisis del sistema capitalista.
El problema del Imperio Soviético es muy similar al de España, aunque en la Unión Soviética todo parece indicar que las tensiones entre las etnias pueden adquirir dimensiones altamente peligrosas para la convivencia en la URSS y son susceptibles, por tanto, de provocar una involución de las prudentes tentativas de reformas de Gorbachov. En España, con el establecimiento del eufemístico Estado de las Autonomías, al restaurarse la democracia en nuestro país, se ha dado sin duda un paso importante desde las cavernas hacia el progreso, aunque tal peso es sólo un paso, que requiere ser desarrollado en el sentido de un auténtico sistema federal. Una de las grandes omisiones del gobierno del PSOE es sin duda no querer o no saber dar los ulteriores pasos necesarios para superar y perfeccionar el ya rudimentario Estado de las Autonomías, siendo absurdo que se equipare a Madrid o La Mancha con Euskadi, Cataluña o Galicia.
En la URSS, Gorbachov se halla ante el estallido de una situación reprimida, primero por la feroz política de nacionalidades de Stalin y sistemáticamente aplastada después por sus sucesores con todo el peso de la dictadura Comunista. También Franco reprimió con todo el peso de su aparato policial y militar cualquier asomo de autoafirmación de las etnias españolas, siendo más represaliadas aquellas con una personalidad histórica, lingüística y culturalmente más diferenciada. Franco llegó a tildar de traidoras a las provincias de Euskadi, por haberse resistido los vascos especialmente al triunfo y dominio del fascismo español, luchando por defender contra él sus fueros. También Catalunya sufrió una oprobiosa represión, un auténtico intento de genocidio cultural, con la prohibición de usar y cultivar su lengua y afirmar públicamente el espíritu catalán. Ni los estalinistas y sus sucesores, ni tampoco los franquistas consiguieron solucionar así el “problema”. No pudieron extinguir el hecho de las etnias, ese fuego subterráneo en constante ignición.
El problema de la convivencia de las diversas etnias -con sus lenguas y culturas- en el marco de lo que convencional o históricamente llamamos "Nación" solamente puede ser solucionado con sensatez por parte de todos los dirigentes. En primer lugar, para que una Nación pueda llamarse así con autenticidad no basta con que un aparato policial y militar garantice su cohesión. Muy al contrario, esa violencia estatal es contraproducente a plazo más o menos largo. Lo principal es que todos los habitantes de una determinada porción de esta tierra, que se llame Nación, desarrollen un proyecto común consensuado de convivencia y progreso.
En Suiza, por citar un ejemplo próximo, el hecho de existir varias etnias con sus distintos idiomas no impide que los suizos se sientan solidariamente partícipes del mismo proyecto de ser helvéticos. Así, pues, es necesario renunciar a los centralismos hegemónicos e impuestos para pasar a la comunidad consensuada dentro de la diversidad. Pero también las denominadas "regiones" o si se prefiere “nacionalidades” han de renunciar a vengar viejos agravios, a resentimientos estériles, a violencias criminales como las de ETA y afirmando su propio ser, su propia idiosincrasia, su propia cultura, basada en su propia lengua, llegar a ese consenso con las demás regiones o nacionalidades, que están embarcadas, geográficamente, en un mismo proyecto de ser hombres sobre esta tierra. Se requiere la cooperación interétnica e intercultural, por encima de los enfrentamientos, los odios o los egoísmos de campanario aldeano.
Aceptar lo común dentro de la diversidad no significa en absoluto renunciar a la propia identidad. Ser nacionalista de su propia nación, no excluye en absoluto ser “nacionalista" del conjunto más amplio de todos quienes de alguna manera por la historia y la geografía, están inscritos en un mismo destino. Tampoco impide ser nacionalista de un proyecto más ambicioso de convivencia humana en lo geográfico, lo político, lo económico, y en lo social y cultural, como sería en nuestro caso esa Europa que se quiere edificar como destino común de todos los europeos. Y también, extendiendo aún más los horizontes, se puede ser “nacionalistas del mundo”, es decir, ciudadanos de este planeta que todos compartimos y de cuya conservación todos somos responsables. Empleo la palabra "nacionalista" no en su sentido retrógrado y reaccionario, sino en una acepción más rica de partidario, de amante de la patria, del continente y de nuestro planeta. Todo lo demás es caer o en la tiranía de unas mayorías sobre las minorías, en la arbitrariedad del más fuerte parapetado detrás de la Historia, o también en un primitivo tribalismo.”
Manuel Moral († 24.04.2017)